LAZOS FAMILIARES

Àlvaro Antonio Claro Claro

De los ocho hijos del hogar de mis bisabuelos paternos (Camilo Claro -1- y Laureana Bayona), todos nacidos a finales del siglo XIX, no logré conocer a: José Trinidad -2- (Abuelo por parte de mi mamá), Emeterio, José Rito, Isabel y María de la O.

A Ramón Ignacio -3- (Abuelo por parte de mi papá) lo recuerdo muy vagamente en la celebración de sus bodas de oro matrimoniales (Falleció cuando yo asomaba a los 6 años), en esa fiesta, por primera vez vi destapar una botella de champaña; la velocidad y el sonido al salir disparado el corcho producían explosiones de júbilo entre los invitados que me dejaban embobado; también vi y probé por primera vez un pedazo de ponqué ; manjar elaborado por las manos diligentes de las hermanas dominicas, sobresalía en el centro de la sala, sobre una mesa cubierta con un mantel de encaje blanco repleta de copas y bebidas en botellas de diferentes colores . Me impresionó tanto el festejo que lo conservo como uno de los recuerdos gratos de mi niñez.

A Juana de Dios -4- (Tía Juanita), teníamos por costumbre hacerle la visita los domingos, en especial los diciembres cuando los padres Octaviano e Ismael estaban acompañándola; la agradable sonrisa de la tía, los delicados dulces envueltos en fino papel y unos deliciosos buñuelos en conserva eran la mejor excusa para pasar por su casa después de la misa de siete. También, otro atractivo, era un gran árbol de guayabitas moradas sembrado en el centro del patio; en cualquier época del año estaba cargado de frutas maduras que comíamos hasta el hartazgo.

Al tío Camilo, -5- a pesar de que salía poco, logré conocerlo un poco más. Era el típico mamador de gallo. Se armaba la fiesta cuando él llegaba. Tenía gran facilidad narrativa adornada con un léxico bastante irreverente que hacía entretenida cualquier historia. Acompañé en varias oportunidades al padre Campo Elías a la casa donde el tío Camilo vivió los últimos años… disfrutábamos viendo como el padre le preguntaba por sus andanzas y él toteado de la risa iniciaba los relatos; cuando lanzaba un madrazo, por respeto al padre, paraba la historia y decía: ¡Padre, perdóneme¡ se me salió…

-No se preocupe tío, siga con el cuento, lo animaba el padre Campo Elías a continuar. En la siguiente frase, volvía a aflorar de nuevo madrazo y las risas de los presentes se volvían un festejo.

Con el tío Juancho -6- la relación fue muy cercana. Éramos vecinos en la vereda. Todos los días pasaba por su casa y con sus hijos Bernardo, Mariano, Cecilia, Jesús Emiro y Diomedes compartíamos el recorrido hasta la escuela del pueblo. Al regreso, era costumbre llevar de la tienda, en una bolsa de fique, los encargos necesarios para preparar los alimentos en nuestra casa. Eran memorables las fueteras al llegar pues en el camino, entre todos, asaltábamos las bolsas de leche en polvo y las panelas destinadas al café del desayuno.

Siempre conocí al tío Juancho como una persona muy seria y callada; pero cuando tenía que responderle a la gente, sus ocurrencias y su ingenio natural salían a relucir y se podía esperar cualquier cosa. Eso lo convirtió en un estimado personaje de nuestro pueblo. Era casi seguro encontrarlo al finalizar el día, con su sombrero de paño, parado al lado de la cocina, junto a la baranda del corredor siempre divisando, como un guardián, las casas y la imponente iglesia del pueblo tratando de adivinar que sucedía bajo esos techos de teja que tanto lo emocionaban. La casa a un kilómetro del caserío, con su típico techo de paja, ubicada a la orilla de la carretera, en lo alto de una pequeña colina, era un lugar muy acogedor donde uno entraba seguro de ser atendido con un oloroso tinto recién bajado del fogón de leña.

Dos o tres perros echados al pie siempre lo acompañaban.

Recuerdo que alguna vez, estando de visita con mi papá, con ánimo de hacer la conversa, mi padre le dice:

Hola Tío Juancho, bonitos los perros… ¿Cazan? Y el tío Juancho, con una sonrisa maliciosa, se rasca la cabeza empujando el sombrero hacia atrás le contesta:

Pariente… claro que estos perros cazan… ¡cazan la yuca que les pongo a la hora del almuerzo!

En otra ocasión, mi papá le solicitó al tío Juancho en préstamo una carretilla para adelantar la construcción de un tanque destinado a almacenar agua en los prados de la Puerta del Sol; los obreros quedaron a cargo del trabajo, con la instrucción de regresar la carretilla a su dueño una vez lo terminaran. Pasaron unos de 30 días y papá necesitó de nuevo la carretilla para otro trabajo en la huerta, fue de nuevo a casa del tío Juancho en su búsqueda, pues era en único de la vereda poseedor de esta herramienta tan necesaria.

-Buenos días Tío, que pena… por acá a molestarlo de nuevo con la carretilla, por favor me la cede por un rato, cuando acabe se la regreso.

-Buenas, pariente- Responde el tío ¡Qué quiere que le preste!… ¿Los cachos? Eso fue lo único que me devolvieron los obreros la última vez que usted se la llevó. Pase por el tambo y los recoge… sentenció con su pícara sonrisa y siguió imperturbable oteando la nube de polvo que levantaba un camión mixto al salir del poblado hacia a Aspasica. 

Galeria Fotografica hermanos Claro Bayona

Don Ramòn Ignacio Claro Bayona
Doña Juana de Dios Claro Bayona
Don Camilo Claro Bayona
Don Emeterio Claro Bayona
Doña Isabel Claro Bayona
Don Josè Rito de la Trinidad Claro Bayona
Don Juan Nepunuceno Claro Bayona